Hay un tiempo definido en el que podemos adivinar el color o al menos procurar hacerlo. Es aquel dorado en el que los colores son brillantes y sonoros; invaden nuestro interior y nos sentimos únicos.
Es el momento de la adolescencia, de un color verde brillante, de plazas soleadas y parques arbolados. De momento sin espacio, de lugares abiertos, como es la libertad.
Ahora cuesta adivinar que color poseemos dentro, incluso los que nos rodean; colores sofocados, oscuros o simplemente tenues.
Aveces rompo mis propias fronteras olvidando la cronología que inexorablemente me inunda; trato de recordar ese verde, dejo que me invada, que llegue hasta mi alma, me siento adolescente otra vez. M.Porra.S
2002
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