Recuerdo esos días como los más extraños de mi vida. No supe en realidad cuantos eran, no existen mañanas ni noches, el tiempo de un hospital lo miden las luces, las voces o tal vez los calmantes administrados a horario.
Los sonidos también eran importantes, eran los que me conectaban con el exterior, lo real. Como ese campanario que tañía cada hora con una melodía casi celestial; o las voces de los niños jugando en la plazoleta ubicada debajo de mi ventana, imaginaba que eran mis hijos, que hacía una eternidad que no los veía.
Me dormía en un estado de ensoñación casi mágico , producto de los somníferos, como si algo tibio me envolviera. Escapaba de la realidad y penetraba en un mundo de sueños.
Una de las últimas madrugadas me invadió un extraño sentimiento de muerte y desolación, fue una noche larga de vigilia; mi vida pasó frente a mis ojos. El sueño no venía, la angustia me invadía, pedí perdón a Dios por todo aquello que no estaba resuelto en mi existencia. Me dormí exhausta, envuelta en llanto y liberación.
El sonido del campanario me arrullaba y me arrastraba por ese camino de sedantes, hacia otro mundo, tibio y dulce.
M. PORRA.S
2000
No hay comentarios:
Publicar un comentario