Cierro mis ojos, agilizo mi memoria, ésta se activa instantáneamente y me veo. Me vuelvo a ver y no me reconozco, soy esa niña regordeta que prefiere la soledad como compañera. Las muñecas, los libros y hojas en blanco para dibujar.
Bajo una lluvia fina de flores cayendo del parral, ahí estoy con las rodillas percudidas jugando a imaginar. Mis días de infancia transcurrían entre flores y plantas del jardín de mi madre, me parece escucharla cantar mientras con manos hábiles las cuidaba a sus queridas.
Aveces me sumerjo en sueños profundos y estoy allí, en mi vieja casa de la infancia, como si tiempo y espacio no existieran.
Por eso sé que uno puede viajar en el tiempo, no con máquinas sino con la mente, ella te lleva a donde quieras ir.
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